«I think I know you».
Lo que expongo aquí no es una reseña, es un hálito, una llamada. Un borrador que sospecho interminable.
Es hablar sobre lo que el estar hoy en este mundo denominado globalizado implica.
La pérdida de identidad, de sentimiento de pertenencia, y los fundamentalismos. Las comunicaciones que anulan fronteras y aúnan voluntades, y los límites de los Estados rígidamente establecidos, que marcan a cuánta dignidad en el vivir accederá una persona.
Las desigualdades extremas de civilizaciones en tiempos donde la esclavitud era legal y socialmente aceptada hoy siglos después se ven reverdecidas en la distribución de los recursos.
Hemos involucionado en muchos casos y el curso de nuestro desarrollo, de nuestro tan alabado e idolatrado desarrollo profundiza la distancia entre los que más poseen materialmente y los que menos. Peor aún: la distancia entre lo que se podrá obtener o no como beneficio de adhesión al paradigma dominante (como por ejemplo una mejor salud, condiciones de vivienda, acceso a una seguridad y cobertura ante dificultades o imponderables).
Todo esto infiltrado hasta el íntimo nivel de confrontación: en la imposición de límites en el hasta dónde es lícito pensar, soñar… versus la maravillosa e inabarcable diversidad de que es capaz el espíritu humano.
Frente al control y la opresión que traspasa todos los cuerpos (físico, simbólico, espiritual), el arrinconamiento, el cuello de botella en el acceso a la plenitud de la existencia y la permanente vigilancia sobre todos los aspectos que involucran al ser – y al estar – surgen el «no te metas», o el «sálvese quién pueda». También el resignado y complaciente «no tengo por qué ocultarme: no hago nada malo» – traducción del repulsivo «I have nothing to hide»- que instaura una resignación de los derechos a la intimidad y a la libre determinación (nadie que se sabe monitorizado actúa libremente).
El egoísmo de los incluidos y los ganadores del reparto se travestiza en filantropismo y asistencialismo.
El altruismo hoy es canjeado, casi desapercibidamente en la mentalidad popular, por la demagogia de los que se creen con derecho a decirle a los demás qué es la justicia y la libertad, y de llegar al extremo inverosímil de imponerlas -o justificar que sean impuestas por otros- a costa de masacrar a sus propios congéneres.
Surgen grupos disruptivos, en distintos grados de heterogeneidad y hasta de autenticidad (varios de ellos son cooptados e incluso fabricados por el sistema para neutralizar la verdadera resistencia) y en diversas dimensiones: movimientos pacifistas y armados, los Zapatistas, los Occupy, ecologistas, Anonymous… o quienes ven en el activismo alguna posibilidad de transformar el panóptico en el que cada vez más nos vemos embebidos.
La tecnociencia (y su derivación en lo político: la tecnocracia) se impone como único modelo. En el plano físico pero también en las mentes: es el patrón con que se mide la validez de una cosa y de una idea, el valor de un pueblo o la idoneidad de las políticas que deciden el destino de millones de seres.
En palabras escritas en 1990 por una filósofa argentina [ *]:
«el progreso tecnológico se realiza en forma cada vez más desvinculada de las decisiones humanas deliberadas.»
«Por consiguiente, se genera una nueva forma de dominio: el ejercicio del poder no está personalizado, pierde su antigua vinculación de sujeto a sujeto. El dominio es determinado por el sistema en su conjunto. Y toma la forma de una legalidad objetiva que exige ser obedecida en forma impersonal. La sociedad tecnológica genera entonces la ilusión de poderío. Ilusión, porque no es el hombre mismo el que administra el poder. Se trata de un poder que le es ajeno y que se asienta íntegramente en el aparato tecnológico.«
Ser hacker del paradigma tecnocientífico dominante excede por lejos lo que la industria del entretenimiento o del armamentismo nos vende como definición: porque hay ciberguerra para que haya una excusa aceptable para la carrera armamentística y depredadora, como antes lo fue el combate de las ideologías que habilitaba la guerra-sin-lo-ciber.
El imaginario del mediocre cree que ser hacker es asimilable a tener competencias en informática.
El imaginario del obtuso lo denigra al accionar de delincuentes en el ámbito de lo digital.
Aún quienes conocen el origen del término, insisten en llamar hacker a cualquier individuo que sepa un poco más que la media sobre sistemas de computación: para la ignorancia voluntaria no hay mucho remedio.
En esta locura en la que vivimos y que tan bien delinea Código 46, donde la razón parece jugar en contra de lo razonable, donde las inteligencias justifican actos inhumanos en pos de los -supuestos- más altos principios -como la guerra para brindar liberación y paz a la sociedad- es que ser hacker es saltarse las vallas de la jaula mental, emocional, cognitiva, perceptiva.
La posibilidad de concebir anhelos, de concebir destinos, de concebir, está reglamentada.
En el film muchas voces nos van alertando de lo distópico de esta realidad:
«no somos prisioneros de nuestros genes»,
«(el sistema) no conoce lo que yo sé: cualquiera que esté listo para algo sabe que va a tener que asumir un riesgo para lograrlo».
En esta historia ambos protagonistas son hackers sin ningún medio digital involucrado.
Ella desafía los límites impuestos en varios sentidos: es espontánea donde serlo está regulado, le gusta cultivar plantas «desde la semilla» cuando todo se consigue diseñado, falsifica seguros para que los que tienen prohibido transitar por otros territorios y tienen un anhelo, puedan cumplirlo; no se queda encarcelada en su rol (de clase, de género) y para esto usa tanto su inteligencia como su cuerpo: se involucra.
Es una outsider que se adapta al sistema porque odia el desierto tanto como la digitación de los destinos, quizá por eso no renuncia a soñar ni permite que el poder le quite la capacidad de maravillarse («nunca te tuve miedo, incluso cuando debí», «ellos tienen una mirada que el resto de nosotros no tenemos»).
Él en el inicio juega a menor escala -no cuestiona el modelo- pero sin embargo no por ello consigue ahogar del todo la desafiante curiosidad. No sabe siquiera por qué lo hace. Algo lo impulsa a tener esa profesión, estando integrado: a él le pagan por hackear personas («dime cualquier cosa acerca de tí» –> y yo sabré tu secreto).
Ante la pregunta atónita de una de ellas
-¿cómo lo supo?-
él responde:
«-Te escuché cuando estabas hablando»
Sus motivaciones son aparentemente distintas hasta que.
Y ese hasta qué es lo que corona este film, lo que le da la universalidad, lo que reafirma que no es posible aunque se usen las más morbosas técnicas corromper completamente el alma humana (excepto que la misma persona se rinda a ello).
* Lo técnico, lo artístico, lo transdisciplinario
Sustraerse a analizar esta película sólo desde el punto de vista artístico es limitante: porque paralelos mundos pueden desplegarse a partir lo que el guión expone.
Se me plantea la necesidad al escribir sobre ella de limitar el campo a través del cual la abordaré o dejar sólo planteadas pinceladas de una y otra vertiente insinuadas para que cada uno profundice en la que pueda.
Y digo en la que pueda no porque sí, sino porque Codigo 46 puede ser leída en distintos niveles: se ha catalogado como film de ciencia ficción y hasta de drama.
Se la ha emparentado en distintas reseñas que enlazo aquí (todas muy buenas a mi entender) con ideas futuristas como las de Blade Runner y 1984, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, o Gattaca y otras: visiones acertadas a las que me atrevo a sumar un ineludible guiño al libro «Un mundo feliz» de Aldous Huxley.
Traspasada por el modelo tecno-científico y tecnocrático, sobresalen variadas referencias a las neurociencias, la biomedicina, biometría, tecnologías de la información e incluso vigilancia y almacenamiento de datos masivos, hasta la manipulación genética, incluida la clonación de los seres humanos.
Es primordial el papel que el film da a la manipulación de la conciencia y la identidad de modos externos e invasivos, como el borrado coercitivo de la memoria y la introducción de virus de diseño que alteran y moldean el comportamiento-conducta y la respuesta emocional, hasta sofisticadas tecnologías de control (permisos o denegación) de acceso de los individuos a distintas partes del planeta, por medio de visas o «coberturas».
El orden establecido también está habilitado a intervenir sin consentimiento sobre la esfera personalísima de los sujetos, y a sustraerse de justificar su accionar amparado en el secreto de confidencialidad.
«las relaciones de uno son las relaciones de todos» artículo 1 del Código 46
Es llamativo cómo este film de 2003 (obviamente escrito antes) habla de una situación que se vive actualmente y es de público conocimiento, representando a la entonces desapercibida NSA como la Esfinge («la Esfinge es quién sabe»: slogan que repiten).
Recuerdo haberlo visto cuando el megacomplejo en Utah estaba aún imaginándose y Wikileaks, Snowden y la conspiración de los Estados, empresas y mafias en la conformación de un supra poder de monitoreo mundial estaba lejos de concebirse como lo que hoy sabemos que es parte de nuestra realidad: el llamado Gran Hermano.
En medio de este escenario que para tantos resultaba conspirativo y exageradamente pesadillezco, donde los individuos pueden ser incriminados, juzgados y sentenciados sin que sepan qué delito han cometido ni tengan oportunidad de defenderse, o siquiera de enterarse del proceso, o sobre las consecuencias del mismo para su propia persona, hay algo que distingue a los que están dentro del sistema y los que quedan fuera.
La película plasma opuestos que hoy no hace falta imaginar: es suficiente con salir a la calle o conectarse a internet (no es necesario ver medios masivos de comunicación: te puedes enterar por los testimonios directos de distintas personas que denuncian el estado de situación a través de blogs, videos, fotografías).
Al igual que pasa hoy aquí, hay quienes eligen la vía de la indiferencia. Alguien le dice al protagonista:
«No creo que sea buena idea darle cobertura (pase).
Esa gente no tiene cobertura por alguna razón…«
. . .
mientras él se pregunta «¿cómo es que vive la gente aquí afuera?»
y recibe la sentencia «No es vivir, es sólo existir».
Recuerda inevitablemente a la realidad de la mayoría de los que hoy habitan este planeta.
Afuera es el exilio, afuera es la marginación, la precariedad, la lucha por la subsistencia, la desprotección.
Pero afuera también es lo que se resiste al diseño del Gran Hermano, lo que puede ser impredecible, donde rige la ley humana de la selva pero también la gran solidaridad, sensibilidad ante el otro, la tradición y los principios… la gratitud.
En ese afuera que es tan nuestro ahora es donde coexiste el olvido de los otros que no son aceptados en los centros del «primer mundo» con lo que permanece natural. Depredado, pero persistentemente natural.
No extraña que en este escaso margen de acción espontánea, la intuición es un valor cotizado y rentable: de ello trabaja nuestro protagonista, de intuitivo profesional.
No suena ilógico que fuera una cualidad que se observe como extraordinaria en un mundo -el de los que están adentro- donde no es posible apartarse de lo que se considera permitido, desde lo físico hasta lo psicológico, atravesando los pensamientos y deseos que son catalogados como admisibles o no para poder permanecer.
Contrariamente a lo que se enuncia, la intuitiva es ella, la común, la del montón, porque ella sabe sin tener motivos que lo conoce y él necesita despertarse. Ella vive la intuición como lo que es: algo inmanejable, impredecible, que irrumpe como experiencia instantánea, disparadora, cuestionadora de lo manifiesto:
¿acaso funciona un virus a distancia?
¿puedes extrañar a alguien que no recuerdas?
* Puntos extras de la película.
Está atravesada por un código de comunicación verbal trans-lingüístico. No podría llamarlo, como otros han hecho, multilingual, ya que no se hablan muchos idiomas al mismo tiempo sino que el lenguaje que se habla tiene vocablos de distintos idiomas incorporados naturalmente.
No tan diferente a nuestro «Estoy OK«, «Tuve un chat con fulanita» y un sin fin de ejemplos que podríamos citar.
La banda sonora es una exquisitez, es lo que una banda sonora debe ser: complemento y realce de la historia, que se casa con el relato sin pasar desapercibida ni sobresalir por sí misma quitando protagonismo a la trama.
El director Michael Winterbottom venía de hacer un documental junto al mismo guionista Frank Cottrell Boyce: Bienvenidos a Sarajevo. Después de Codigo 46 realizó dos film-documentales más de fuerte compromiso como lo son El camino a Guantánamo y The Shock Doctrine («La doctrina del shock», basado en el libro de Naomi Klein).
No se trata pues de un acto comercial y casual sino de algo alineado coherentemente dentro de su trayectoria.
Los protagonistas Tim Robbins y Samantha Morton no decepcionan en nada: al igual que su director y guionista, ellos no hacen más que ser fieles a una toma de partido en este tiempo, utilizando su profesión como medio.
Ambos tienen una lista de decenas de actuaciones jugadas y de conciencia social en sus currículums. Es imposible mencionarlas todas (pueden entrar a IMDb).
Sólo a modo de ejemplo: él es el mismo actor de «Las reglas del juego» (1992), «Río Místico» (2003) y la película basada en hechos reales que denuncia lo que pasó a las mujeres en la guerra de la ex Yugoslavia: «Mi voz irá contigo» (2005), de una directora española.
Ella es inclasificable: de una ductilidad y la vez sustancialidad extraordinarias, ha encarnado papeles diversos en los que se pierde y se hace irreconocible, se ha dado el lujo y permiso de elegir dónde participar, y mayormente ha puesto su talento en historias desafiantes de los estereotipos. Mencionables sólo como ejemplos: «Under the skin» («A flor de piel», 1997) y «Minority report» (2002, de Steven Spielberg).
* Apreciaciones finales
En esta década que ha transcurrido entre que la vi y escribo este post, encontré pocas personas con quienes compartir mi visión sobre Código 46. Algunas de las que la han visto me dijeron: es muy lenta.
Acostumbrados a la vertiginosidad y la hiper-estimulación del arte visual actual parece lenta, sin embargo la respiración se mantiene sostenida en todo el film: lo que no se manifiesta con una sucesión alocada de eventos e impone por momentos un silencio entre escena y escena, contrariamente a relajar, va generando una inmersión en la historia y una presión psicológica que emula la opresión del mundo que transitamos.
El desierto aplasta mientras se intenta huir todo el tiempo de él.
Y el desierto está personificado tanto por el afuera como por la omnipresencia del control en el adentro.
Entre estos dos alternos se mueven los personajes, que sólo pueden liberarse ante la excitación que produce la emoción del encuentro. Y con encuentro no me refiero a lo físico.
No hay un sólo tiro: la violencia es estructural.
Bien claro tienen tanto el director como el escritor de que no hacen falta armas de fuego para ejercerla: la gente amontonada pidiendo en las fronteras es violencia.
La localización y registro de todos los movimientos de cada persona es violencia. Y están presentes otros modos que no diré para no hacer más spoilers del film.
Código 46 anticipa su final dos veces. Una de ellas cuando increpa al espectador directamente:
«Si tuviéramos suficiente información, ¿podríamos predecir la consecuencia de nuestros actos?
¿quién quisiera saberlo?
Si hubieras besado a aquella chica, hablado con ese hombre…
Si supiéramos lo que pasará al final, ¿seríamos capaces de dar el primer paso, hacer el primer movimiento?»
[ *] «La tecnociencia y nuestro tiempo» Marta Gonzalez Gil y Liliana Delgado. Editorial Biblos. Argentina, 1990. Cita del Prólogo de María J. Regnaso, pag. xiii
La vi hace años…y lo siento…que MALA era la película.
Pero bueno nunca sera superada la peli titulada Primer, eso si que fue horrible.
gracias por tu comentario.
No hablo sólo de la película… la usé de excusa.
. . .
Me parece interesante cuando comentas que el sistema crea grupos disruptivos o los manipula para sus fines, y asi elimina la verdadera «resistencia, ¿cual es la verdadera resistencia? y si es asi ¿no podrian sus propias creacciones volverse contra ellos? ¿ recuerdas la analogia de matrix y el arquitecto? El sistema no es perfecto tiene fallos y incluso las «anomalias sistematicas» del mismo pueden salirse del bucle en el que estan enjauladas y crear una excepcion no programada.
Sí, las creaciones en teoría pueden «darse vuelta». Lo que no sabremos nunca es para qué lado: tienes a Snowden, y tienes a ISIS.
¿Entonces?
No concibo el mundo como lo hace el-paradigma-Matrix: no podría responderte pensando de ese modo. Para mí no hay fallos, el universo no es un programa ni estamos programados: creo que hay un creador (es de hecho el Gran Arquitecto) y que tenemos libre albedrío. También infinidad de condicionamientos, algo que sin embargo no anula la unicidad e impredecibilidad del ser.
Estos films (como blade runner, code 46 y hasta matrix) siempre giran en torno a ese dilema.
Apuntada la película. Explicada así dan ganas de verla pese a que MD diga que es mala.
Te la recomiendo a pelo o subtitulada, Fanta: NO doblada. Debe ser un crimen :P
Las citas que puse aquí pueden tener defectos de traducción: la miré 10 años después en idioma original con subtítulos en portugués… era lo más rápido. Pero están los de español disponibles..
La vi hace tiempo a mi me parece una buena pelicula, coincido con que el ritmo de la pelicula es lento y se desarrolla en pocos escenarios, pero es ese ritmo lento y pausado y la manera tacita de ir «descubriendo» el mundo en el que viven lo que a mi particularmente me llamo mas la atencion.
Sobretodo al ir imaginandome nuestra sociedad acercandose a ese «futuro»
El final tambien me gusto.
dan ganas de ver la peli, gracias efecto99. Te lo has currao :)
A ver si la veo en un par de días y te comento
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